“Este libro es para personas tristes con sentido del humor que alguna vez han notado cómo el cerebro se les marchaba, se les escapaba de las manos, cuando las manos son las únicas partes humanas -puramente realistas- con las que agarramos cosas sensibles y abrazamos, abrazamos tanto.”
Fármaco, Almudena Sánchez
Tanto se ha dicho, tanto se ha escrito -y a la vez no- sobre la depresión. Se pasa de diagnóstico médico a forma de nombrar una tristeza pasajera, un mal de amores, un tipo de clima. Pero, ¿qué sabemos sobre este trastorno, uno de los más comunes en la sociedad actual? En Fármaco, Almudena Sánchez busca nombrar esta enfermedad escurridiza, estigmatizada, mal interpretada, desde la experiencia.
Inevitablemente, vuelve a la infancia: busca entre retazos de vida brotes de ese mal que más tarde se convertiría en una enredadera que alcanzaría todo espacio. Almudena logra algo raro sin revelar un mínimo esfuerzo, es honesta, cruda, poética. No va a embellecer ninguna escena, ni dramatizar de más ningún suceso. El latido desparejo de la depresión debajo de las palabras altera el pulso de la escritura, volviéndola desobediente, errática, adictiva. Atravesamos junto a ella un recorrido plagado por lecturas, reflexiones, fármacos. Cuántos nombres tiene y tuvo la depresión, cuántas formas tomó en el arte, a qué figuras públicas aterrorizó por años. Un tejido de vidas consumidas por la tristeza se revela, también, como una mirada particular para entendidos. La autora encuentra compañía en esos fantasmas melancólicos que persigue entre páginas de libros, mientras reconoce los efectos de la medicación que toma, en un acto de fe que acepta y elige.
Lejos de la anécdota o la biografía, Fármaco se forma como literatura, se autoclasifica. La escritura atraviesa cambios que generan una sensación constante de inestabilidad. Almudena cuenta, en los diferentes ritmos que toman los fragmentos que escribe, esas escenas personales en las cuales “el cerebro se le marchaba”. El resultado es una inmensidad de dolor, apenas llegada a rascar en menos de doscientas páginas. Quedan restos en la mente, luego de leerla: un auto rojo, un sillón frente a la televisión, un psiquiatra cansado, una casi carta de suicidio culposa. El texto es frondoso: nos enfrenta con imágenes que no esperábamos, que sorprenden y logran una empata instantánea.
Si hay algo que Fármaco deja en claro es que la depresión es mucho más que una tristeza, pero también mucho más que solo un diagnóstico. Es una forma de estar, de ser, de ver, de experimentar. En estos años difíciles de Almudena, la escritura guardó su voz cuajada; ahora plasmada, logra brindar conocimiento particular sobre esta enfermedad sin traicionar la propia naturaleza del pensamiento que atormentaba sus ideas. Por momentos parece que leemos un libro de anotaciones, breves ensayos, entradas de un diario. La forma se desarma, el cuerpo se expone, las palabras son tan necesarias para la autora, que busca nombrar cada sufrimiento con la creencia poética de la salvación. Al leerla, el peso de un mundo ajeno se materializa, se abre y atendemos a un exorcismo literario, por momentos humorístico, por otros desolador.
Entre la muerte y la vida, Almudena ubica ese estar que no pareciera poder significar “existir”. El cuerpo se siente débil, como un vaso de vidrio siempre a punto de caerse. Sin embargo, Fármaco es prueba de la fortaleza que convive con esa fragilidad. Cuando la mente huye, todavía queda la palabra.
Por Julieta Henrique
Arte por Van Arce