Todxs contra Tincho VI

Hasta aquí caractericé “la guerra en curso”, señalando cómo sus reglas se encuentran trazadas por el “realismo capitalista” que introduce a Tincho y a todxs nosotrxs en la coreografía funesta de combatir sin poder imputar las propias reglas de juego de la guerra en curso. Luego destaqué las complejidades específicas que encierra combatir un modo de vida, y sugerí algunos problemas a la hora de pensar políticas de más largo alcance. Ahora me dispongo a pensar específicamente el papel de las disidencias sexo-generizadas en este conflicto. Para ello, considero fundamental prestar atención a un fenómeno fundamental de los últimos años: las disidencias hemos devenido mercado.

  1. Raimbowashing: la identidad capturada por Tincho.

No es difícil demostrar que la noción liberal que coloca el fundamento último en el sujeto entendido como individuo se encuentra a la base de todo el discurso publicitario. “Porque vos lo valés”, “hace lo que sentís”, “a tu manera”, “como a vos te gusta”. Por todos lados proliferan estandartes que colocan en la cumbre del valor la inmediatez del individuo consigo mismo. De esta manera vemos aparecer a Tincho como sujeto de la publicidad, bajo la consideración de que “su deseo” inmediato es índice último de verdad, ocultando que ese “deseo” no es sino un movimiento estructural promovido por la propia publicidad.

Con respecto a las disidencias sexuales, se observan una serie de fenómenos llamativos de los últimos años. Se llama Raimbowashing, o “lavado arcoíris” a la estrategia comunicacional mediante el cual el mercado busca lavar su imagen por medio de incorporar en sus publicidades contenidos afines a las disidencias sexo-generizadas[1]. La idea de “lavado” aparece especialmente cunado esas mismas empresas, en planos políticos, no defienden trincheras convenientes para las poblaciones a las que dicen apoyar. En respuesta, numerosos colectivos activistas o militantes señalan que, si las empresas se sienten tan preocupadas por la situación de minorías sexuales, que incluyan cupos laborales en sus decisiones, o convoquen gente perteneciente al colectivo para idear sus proyectos de comunicación disidente. 

Asimismo, se habla de queer bait (carnada queer) para referir a la producción de mercancía focalizada en un público LGBT. En este otro fenómeno, ya no encontramos meramente una estrategia comunicacional, sino la producción de mercancía dirigida hacia un público que se asume ya segmentado y constituido. Como toda producción de mercancía en el capitalismo, se encuentra fetichizada: es decir, alienada de sus condiciones de producción. No importa si sus productores son homofóbicos, fanáticos religiosos, o que incluso apoyen a políticos y campañas anti-derechos: el producto funciona como mercancía para el público LGBT.  Lo interesante es que, mientras el raimbowashing apela a cierta eticidad general del público (nadie estaría en contra de que digamos que cada quien puede amar a quien quiera), el queer bait existe porque se ha reconocido al “público LGBT” como un mercado explotable.

 Sea de una forma u otra, lo cierto es que, como espejo del proceso que reconoce derechos a nuestras existencias en occidente, el mercado comenzó a leernos. Lo llamativo es que tanto el estado como el mercado nos abordan bajo la interpretación liberal de nuestras luchas y nuestras existencias: es decir, nos entienden como individuos que nos instituímos en tanto que sujetos por un despliegue volitivo, o racional, de nuestras capacidades intrínsecas. En ese sentido, si somos exitosos, o culpables, dependerá de “aquello” que somos, y no de lo que se ha hecho de nosotrxs. De fondo, y en tanto slogan de toda publicidad, la idea que insiste es que nuestras identidades son resultados de genixs creativos, de emociones profundas e íntimas, y de manifestaciones de lo que no podríamos sino ser. “Soy de esta manera, me siento así, y no podría ser de otra forma” dice la disidencia liberal.

Me interesa destacar que, bajo esta concepción, la identidad se entiende como descubrimiento, y no como creación. No hay materia prima con la que moldearse, sino secretos reprimidos que necesitan ser liberados. Tampoco se comprende la mediación estructural que lucha por crear y defender una identidad, o los reconocimientos colectivos necesarios para que esa identidad exista. En definitiva, todo lo que señalé previamente sobre Tincho. De este modo, lo que el mercado propone con prácticas como el raimbowashing o el queer bait es hacer de nosotrxs, lxs disentidxs sexuales, unxs Tinchos más.

Ahora bien, considero necesario pensar los límites y alcances de esa situación. El capital descubrió que somos mercados, y de allí se sirvió del liberalismo para leernos. El mercado es tan efectivo que esto, probablemente, haya salvado más de una vida. Por ello, creo que la respuesta como disentidxs sexuales no debe ser el escándalo puritano de izquierda, al menos no a priori. Jamás en la historia de la humanidad ha habido algo tan efectivo para transformar al mundo como el mercado. ¿Entonces? ¿qué hacer? ¿Nos quejamos? ¿lo criticamos? ¿nos sumamos? ¿los interpelamos?

En primer lugar, creo deseable instalar la pregunta de por qué el capital se dio cuenta de que lxs disentidxs sexuales somos mercado. Eso responde a un proceso histórico previo, que tiene más que ver con nuestras luchas que con las bondades liberales. Narrar estos movimientos populares, y entenderlos como condición de posibilidad de muchos de los procesos que vivimos en la actualidad, se muestra fundamental para disputar el relato social sobre las disidencias sexuales. Rescatar ese archivo de batallas y conflictos quizás nos permita no perder de vista nuestros reclamos y señalamientos. De esta manera, quizás sea posible aprovechar la “cresta de ola” que nos da el siglo para instalar nuestra agenda y dar las discusiones que resulten oportunas para defender nuestro modo de vida.

De allí que creo que lxs disentidxs sexuales podemos servirnos del marco actual para disputar nuestras existencias, bajo la prevención de no regalarle nuestras epistemologías a los sesgos del liberalismo. De esta manera podemos poner en valor nuestro archivo de luchas, movimientos y contradicciones, y asimismo evitar tinchificarnos al comprendernos bajo las gramáticas del liberalismo. Esa es, desde mi perspectiva, la dirección a la que debemos dirigirnos en vistas de continuar con la guerra en curso. Para concluir, ensayo algunas líneas posibles bajo ese horizonte.

[1] El término inicialmente se utilizó como “green-washing” (lavado verde) para hacer referencia al lavado de imagen llevado adelante por la publicidad con respecto al medioambiente. Como sucede con los derechos de minorías sexo-generizadas, las estrategias publicitarias en ese sentido son llevadas adelante sin cambiar en lo más mínimo las conductas de las empresas con respecto al medio ambiente. También se habla de “Pink-washing” (lavado rosa) para una conducta análoga con respecto a los feminismos

  • El reconocimiento colectivo de una identidad.

En su libro Soberanía Travesti. Una identidad argentina, Lara María Bertolini (2020) propone una idea muy fértil que, creo, puede aportar ciertas luces al problema. A la hora de abordar la identidad de género como una vivencia interna, que da lugar a la “auto-percepción”, la autora propone diferenciarlo de la tradición del “self-made man”, es decir, el hombre que se hace a sí mismo, el emprendedor, que logra cumplir sus sueños debido a su esfuerzo personal. Es decir, busca demarcar a las disidencias sexo-generizadas del correlato del sueño liberal americano.

La autora, en este punto, no es inocente, y creo que mis desconfianzas hasta este punto son similares a las de ella: si se enmarca los discursos con perspectiva de géneros bajo la idea de “auto-producción” en términos liberales, se tienta la posibilidad a dejar capturar los movimientos de disidencia sexual bajo la gramática liberal y, por ende, capitalista.

La figura de Tincho es fértil por permitirnos demarcarnos de esto. No somos Tinchos de la identidad sexual, entre otras cosas, por el hecho de que sabemos que nuestras identidades y derechos sexuales son resultados de procesos colectivos. Tincho no ha tenido que luchar por su identidad: la batalla fue ganada hace siglos, y el reconocimiento del mundo le ha sido legado. Nosotrxs no. Sea por medio de movimientos populares, activismos y militancias de base, o batallas institucionales en el marco del estado de derecho, lxs disentidxs sexuales hemos necesitado disputar nuestra legitimidad públicamente en marcos colectivos de enunciación.

Comprendiendo a la identidad sexual y de género de esta forma, Bertollini da cuenta de que una identidad es reconocida solamente cuando pre-existe un marco de inteligibilidad colectivo que la lee, la nombra, y la reconoce. No importa si es un colectivo popular, el Estado, o el Mercado: la identidad resulta de una operación de lectura social previamente desarrollada. Siguiendo su gesto, podemos demarcarnos ideológicamente de Tincho. Él, por llegar a un mundo que ya lo reconoce, no comprende de enunciaciones colectivas y cree que todo pasa por la inmediatez de él con él mismo. Pero para quienes hemos tenido que abrirnos paso en el mundo hostil, esto dista de ser de esta manera.  

De este modo, para Bertollini, la autopercepción deja de ser una responsabilidad solamente de aquél que se autopercibe. Ya no es un movimiento privado, un despliegue de un sujeto en tanto que individuo, sino un movimiento de un sujeto en tanto colectivo. Eso es lo que, para la autora, define la “soberanía identitaria de los géneros”.

Este señalamiento resulta sumamente interesante para pensar un movimiento de disidencia sexual que vaya más allá de la gramática de Tincho. Si logramos construir derechos, darles reconocimiento, y vigencia a nuestras leyes, o fracasamos en el intento, es por movimientos estructurales o populares, pero siempre colectivos, y no por los talentos o las habilidades de ningún individuo. Desanclar la cuestión a la voluntad singular de cada unx es uno de los primeros pasos para pensar un movimiento de disidencias sexuales que pueda trascender los límites de los marcos conceptuales dispuestos por el capitalismo para pensarnos.

Ahora bien, la cuestión no es meramente nominativa. No se trata de decir, “esto es una construcción colectiva”, en diferencia de las construcciones individuales de los Tinchos. Decir esto implicaría admitir de supuesto la verdad sobre la que Tincho como modo de vida se fundamenta: es decir, que él es un individuo aislado, que “no le debe nada a nadie”. Se trata, en cambio, de señalar que todo no es sino una construcción estructural, y por ende colectiva. Las libertades que el propio Tincho piensa como individuales son construcciones estructurales de años que han intentado privilegiarlo a él en detrimento de otras identidades.

Por eso, cuando pensamos movimientos identitarios que busquen ampliar el reconocimiento y redistribuir privilegios para convertirlos en derechos, lo que hacemos es disputar el marco colectivo que produjo a los Tinchos en primer lugar. Como Tincho es incapaz de percibir esa matriz estructural, creerá que esos avances implican ataques contra sus libertades individuales, o atentados contra su esfuerzo individual. Se quejará de las políticas de cupo, y dirá que los cuerpos que precariza a diario “quieren privilegios”. En términos estratégicos, no podemos sino optar por seguir insistiendo en esa línea, disputando esas bases estructurales, para apostar a que, algún día, los Tinchos como modo de vida no existan más.

3. La guerra en curso.

En las últimas entregas me concentré en la guerra en curso contra Tincho. Señalé los límites y alcances de las políticas de reconocimiento de la identidad, a partir del diagnóstico de la “miseria global arcoíris” hacia la cual parece que nos dirigimos. Allí, apagar los límites imaginativos que el “realismo capitalista” impone se muestra deseable en virtud de lograr una ofensiva disidente.

Esto, además de decisiones tácticas y estratégicas, implica también producirnos a nosotrxs mismxs ideológicamente para dar estas batallas. Allí, parece necesario señalar la mediación histórica en cada oportunidad, mostrando cómo siempre se necesitan marcos colectivos de cuidado y reconocimiento. Estos marcos pueden ser los movimientos populares, el Estado, o el propio Mercado, como pudimos ver. Ahora bien, está en nuestra astucia militante poder disputar esos marcos de lectura, para instalar nuestras agendas. Esto no es un mandato, o un deber: es solamente el resabio de nuestras luchas, la memoria colectiva de quienes debieron abrirse camino en el mundo, pues éste nunca estuvo preparado, ni ya-allanado.

Si queremos dirigirnos a este objetivo, es necesario que nuestra historia no sea capturada por la banalidad del “porque vos lo valés”. Rescatar el archivo disidente que nos orienta hacia la soberanía identitaria como un reconocimiento colectivo, y no un movimiento de lo inmediato, quizás pueda salvarnos de Tincho y todas sus lógicas.

De este modo, aprovecharíamos la cresta de la ola para instalar nuestra agenda y demarcarnos del liberalismo. Esas son las mínimas líneas que puedo pensar para una ofensiva disidente y anticapitalista en el marco de las identidades sexo-generizadas. Si no logramos producir con éxito esa demarcación, lxs disentidxs sexuales terminaríamos siendo tinchificados por completo. No habríamos matado a Tincho, sino que nos habríamos tinchificado nosotrxs. Como dije anteriormente, el problema de todo este problema es que, en la lucha contra Tincho, terminemos nosotrxs deviniendo Tinchos también.


[1] El término inicialmente se utilizó como “green-washing” (lavado verde) para hacer referencia al lavado de imagen llevado adelante por la publicidad con respecto al medioambiente. Como sucede con los derechos de minorías sexo-generizadas, las estrategias publicitarias en ese sentido son llevadas adelante sin cambiar en lo más mínimo las conductas de las empresas con respecto al medio ambiente. También se habla de “Pink-washing” (lavado rosa) para una conducta análoga con respecto a los feminismos.

Por José Ignacio Scasserra
Ilustración: Manu Zaffa