Todxs contra Tincho IV

La teoría crítica enfrenta el desafío de rastrear los límites y alcances de lo que somos, para desprender de allí la posibilidad de ser de otra manera. Para ello, en su concreción histórica ha asumido la tarea de formular y promover procesos de redistribución y reconocimiento. Nancy Fraser señaló oportunamente que en nuestra era “post-socialista”, los debates de la teoría crítica se han desplazado gradualmente desde las disputas por la redistribución (pensemos en los ciclos revolucionarios del siglo XX) a los debates en torno al reconocimiento (veamos los procesos actuales de ampliación y reconocimiento de derechos). 

De esta manera, las “identidades” han ganado un lugar privilegiado en nuestras discusiones, construyendo un espacio de legitimidad que pocxs pueden cuestionar, al menos sin consecuencias. Simultáneamente, los debates en torno a una clase social que debe luchar por sus intereses fueron abandonadas gradualmente. Ante este escenario, hemos sido testigxs de procesos que han ampliado y reconocido derechos a minorías sexo-generizadas o racializadas, mientras la acumulación de capital se intensifica. 

 Nos dirigimos con un ticket de ida a una miseria arcoíris globalizada. 

Ante este escenario problemático, la teoría crítica necesita reconstruir sus bases conceptuales en vistas de promover y formular nuevos procesos de redistribución sin perder los marcos de derechos producidos a lo largo de las luchas por el reconocimiento. Con este interés en nuestro horizonte, quizás sea posible evitar discusiones en torno a contradicciones “primarias” y “secundarias”, en vistas de crear nuevos procesos emancipatorios que no sólo apoyen marcos de reconocimiento, sino también de redistribución.

Cuando caractericé a Tincho como “modo de vida” que orbita en torno a la idea capital de acumulación por medio de la extracción, lo hice para destacar la solidaridad estructural que capitalismo, patriarcado y colonialismo encierran entre sí. No existe capitalismo anti-racista ni anti-patriarcal. A lo sumo, el capital metaboliza las críticas a esas formas sociales, capturándolas como mercado o desquiciándolas en nombre de la multiplicación de matrices productivas y de consumo (ya vamos a llegar al raimbowashing). Pero, por lo pronto, es necesario dar cuenta de que la forma social total que mantiene su dominación sobre todo lo existente necesita extraer para acumular, y que esa extracción se da sobre cuerpos feminizados, racializados y desposeídos. 

Por ello, luchar por el reconocimiento de las identidades en el plano abstracto del derecho, o de la ficción, sin promover procesos de redistribución no sólo es insuficiente, sino que es parte del programa liberal que critiqué en las entregas anteriores. A continuación, me propongo mostrar cómo funciona esa articulación, y buscar modos en los cuáles nuestros procesos políticos puedan ensayar nuevos recorridos. 

  1. ¿Podemos soñar más allá de Netflix?

Si la tarea crítica consiste en trazar los límites y alcances de lo que somos, una crítica a los procesos de reconocimiento en materia identitaria necesita concentrarse en ambas valencias en vistas de producir un diagnóstico adecuado de nuestra situación actual. Los alcances de los procesos de reconocimiento saltan a la vista en nuestra actualidad latinoamericana, especialmente en Argentina. Si pensamos el ciclo que se abre desde la ley de Educación Sexual Integral (2006), podemos dar cuenta de numerosas políticas que han sabido construir vidas más vivibles en diferentes marcos institucionales y cuya concreción más acabada la hemos atestiguado con la reciente legalización del aborto a fin del 2020. 

Por ello, cuando pienso políticas de cupo, actos de visibilidad, reconocimientos jurídicos y ficcionales de identidades diversas que han sido expulsadas del modo “Tincho” de vida, entiendo que pueden constituir un paso importante en la disputa por arrebatarle al hombre blanco, cis y heterosexual los privilegios que ha confiscado en el advenimiento de la modernidad.  De allí que sean defendibles políticamente y construyan trincheras de disputa y combate contra los sectores más rancios de nuestra sociedad. 

Ahora bien, para la filosofía, y para la política, el problema no termina ahí, especialmente porque hemos evidenciado que estos procesos pueden llevarse adelante sin cuestionar la forma social total que posibilitó la inequidad en primer lugar.  En otras palabras: está todo bien con los derechos de putos, tortas y travas, siempre y cuando éstos se den en el marco del estado de derecho capitalista. 

Por eso se vuelve fundamental señalar los límites de la búsqueda de reconocimiento. Quiero detenerme especialmente en 3: 

  1. Es posible comprender la lucha por el reconocimiento como un modo en que nuestra actualidad tramita las derrotas del siglo pasado. El trauma ante el fracaso del comunismo, el triunfo del capitalismo y la “parálisis crónica” de las izquierdas (manifiesto aceleracionista) parecen haber dejado un síntoma, una solución de compromiso en las batallas por el “reconocimiento”, sepultando cualquier discusión en torno a la “redistribución”. 

Particularmente, en la Argentina del siglo XXI, todas estas disputas se enmarcan en el movimiento de Derechos Humanos que heredamos de la dictadura cívico-militar. Allí, el horizonte es reconocer derechos bajo el lema “nunca más”; pero, al menos grosso modo, no se busca reactivar los sueños emancipatorios y socialistas de la generación diezmada por la dictadura. Pareciera como si nuestras imaginaciones políticas estuvieran cautivas del terror dictatorial. Hoy en día todo militante sabe que, si se intenta ir “más allá”, y se disputan realmente nuestras condiciones materiales de existencia, habrá cadáveres (al menos 30 mil). 

Por ello es que las luchas por el reconocimiento pueden convivir perfectamente con el capital. Los límites de la “miseria global arcoíris” que nos encontramos construyendo actualmente han sido marcados a fuego y bala por la violencia clasista, patriarcal y racista del siglo XX. No poder tensionar estos horizontes nos condena a chocar una y otra vez con el techo de nuestros sueños emancipatorios. 

  1. La “visibilidad” como fin en sí mismo es también un problema. Esto ha sido señalado oportunamente por los estudios trans*(ver, por ejemplo, los trabajos de Blas Radi), especialmente cuando ésta “visibilidad” se vuelve un modo de extractivismo epistemológico y laboral. Si anteriormente exploré cómo toda identidad puede incurrir en lógicas tinchificadas, fue por la evidencia de que incluso desde los procesos que se saben más emancipatorios en materia de derechos sexuales e identitarios, podemos encontrar lógicas de extracción. Por ejemplo, pidiéndole a una minoría que trabaje de manera no remunerada para “darle visibilidad a su reclamo”. Como se puede ver, los procesos de reconocimiento no se encuentran libres de Tinchos. 
  2. Por último, ampliar los marcos de reconocimiento en el plano abstracto del derecho no puede sino hacer sistema con los límites del liberalismo. Con esto quiero señalar los sesgos que ya trabajé en apartados anteriores: se piensa que “todxs somos iguales”, tenemos las mismas capacidades y, por ende, podemos zarpar de la misma forma a la carrera competitiva del mercado. De esta manera, el reconocimiento y la visibilidad se convierten en estrategias del capital para premiar a quien “lo logra” y castigar a quien no. Lo que se garantiza entonces es la explotación, y no un proceso emancipatorio que busquen romper la forma social que en primer lugar segregó identidades y privilegió a Tincho sobre todxs lxs demás. 

Creo que no es forzar mucho las cosas afirmar que los límites del reconocimiento son los que han posibilitado nuestra actualidad. Mientras abundan ficciones con personajes trans en Netflix, y todas las semanas aparecen noticias sobre “la primera” funcionaria mujer/minoría sexual en tomar tal o cual decisión, año a año nos encontramos con un mundo más injusto y desigual. La acumulación de capital está llegando a niveles desquiciantes, y en todo el globo las izquierdas no hemos sabido disputar efectivamente poder para lograr redistribuir la riqueza. 

El escenario preocupante se intensifica: celebramos la “visibilidad LGBT” como si fuera una reforma agraria, mientras la población que ve vulnerada sus derechos sexuales e identitarios (y lxs que no) se ve impulsada cada vez más intensamente hacia la pobreza. ¿Por qué nuestros sueños emancipatorios parecen encontrar un techo en el reconocimiento? ¿qué tiene que ver la configuración del Tincho ante y en nosotrxs con este problema? ¿Podemos soñar más allá de Netflix?

2. Tincho en tiempos de realismo capitalista.  

A esta altura, mi incomodidad es clara: mientras hemos sabido colocar sobre la mesa múltiples discusiones sobre la “visibilidad LGBT”, tanto en instituciones como en los modos de hacer ficciones, se ha montado un tabú en torno a la discusión por la redistribución. Los héroes de nuestras ficciones pueden ser mujeres, travestis y homosexuales, pero pocas veces son masas migrantes y empobrecidas, y cuando lo son, son eso sólo: héroes en una ficción. A lo sumo, sujetos abstractos de derecho cuya virtualidad no implica ninguna mejora material en sus condiciones de vida. 

Mientras tanto, en un plano político, cualquier intento por imaginar otro mundo posible en términos de redistribución es tachado de imposible e invalidado inmediatamente. Este punto ciego fue señalado con éxito por Mark Fisher como “realismo capitalista”; esto es, la capacidad del capitalismo por convencernos de que no existe ninguna alternativa a él mismo. De este modo, el capital satura todas las fronteras de lo existente, obturando nuestras imaginaciones políticas. 

Este mecanismo se sostiene usualmente sobre la composición de “dicotomías infernales” (Stengers, Pignard). Esto quiere decir que el capitalismo nos embruja con opciones binarias por el todo o la nada. A diario nos encontramos teniendo que elegir por el blanco o el negro, sin posibilidad de pensar intersticios, fisuras, o complejidades. En palabras de Margaret Thatcher: “no hay alternativa”. O nos plegamos al capitalismo neoliberal extractivista, colonial y patriarcal, o nuestro país se dirige al desastre económico, financiero, y social. No existe una tercera opción.  

Tincho es, entre otras cosas, el producto del realismo capitalista. Para él, soñar con otro mundo posible no es siquiera una opción. Cuestionar las reglas de juego del capitalismo neoliberal no se encuentra ni en sus imaginaciones más remotas. No lo desea. Tampoco lo necesita. Asimismo, ante cualquier interpelación al respecto, Tincho ingresa en las dicotomías infernales que ya desarrollé: todo lo que no sea desregulación y juego libre para el capital financiero, se llama “socialismo”. Cualquier tipo de límite a las voluntades individuales, al mercado, o cualquier sueño de estatización de un servicio público es denunciado como un pasaje directo al desastre. A modo de ejemplo, el modelo de estado boliviano desarrollado por Evo Morales es señalado como “socialista” por poseer estatizados los recursos naturales como el gas. Hace no más de cincuenta años, en el marco del capitalismo fordista, esto era completamente normal en todos los países capitalista del globo. 

¿Cómo sucedió que la derecha global pudiera torcer tanto nuestras imaginaciones e ideas? ¿En qué momento nos colocaron en esas disyunciones monstruosas? ¿De qué modo instalaron sus marcos de inteligibilidad? Hacer estas preguntas quizás permita dar cuenta con una materia común entre Tincho y nosotrxs: la imposibilidad de pensar por fuera del realismo capitalista. Pareciera ser que tanto las imaginaciones políticas de Tincho como la de lxs disentidxs sexuales, raciales, o sociales orbitan en torno a la dicotomía: desregulación o desastre. De allí que se muestre urgente pensar las bases para una ofensiva disidente y anticapitalista. 

Por José Ignacio Scasserra
Ilustración: Manu Zaffa